

5. La moda, el vestido y la indumentaria.
Como prurito de introducción hacia este tema, debemos asumir lo que entendemos de conceptos como moda, indumentaria y vestuario. Moda, en su primigenia acepción en latín: modus, significa elección, o como explica Nicola Squiccianino, la moda es un mecanismo regulador de elecciones. La indumentaria se aproxima más al estudio de los trajes, aunque se lo utiliza regularmente para denominar al vestido. Significa que la indumentaria es una palabra reproducida por las ciencias sociales para localizar como variable cultural al uso de vestimenta por los seres humanos. Por su parte el vestido es cualquier cosa que sirve para cubrir la desnudez del cuerpo humano.
Ante esto, la historia de la moda no es equiparable a la historia de la indumentaria y tampoco a la historia del vestido. En términos mitológicos cristianos, la historia del vestido empezó con las hojas de parra que usaron Adán y Eva el día en que fueron descubiertos por su creador. En términos históricos con asidero científico, la historia del vestido empezó probablemente en el paleolítico medio, cuando los drásticos cambios climáticos obligaron a los antepasados humanos a cubrirse con pieles de animales. Cubrir y proteger podrían ser dos justificaciones plausibles que originarían el uso de vestimenta. Aunque el primer caso sea promovido por una mentalidad de censura que tendría mas bien su origen en la civilización de la era cristiana, bien es cierto que el concepto de desnudez varía de acuerdo a la civilización y a la época. Un indio yanomami, vestido tan solo con un pequeño cordel atado a su cintura, se sentiría desnudo si no cuenta con él y en nuestros días alguna mujer de moral impoluta podría considerarse desnuda de verse obligada a usar escote en lugar de un buzo con cuello de tortuga. Parece que más bien tiene que ver con la vulnerabilidad que nos representa la relación de nuestro cuerpo con nuestro entorno, un fenómeno que involucra percepciones de origen psicológico que retomaremos más adelante.
Por su parte la teoría de usar pieles como protección contra la inclemencia del tiempo podría completarse también aduciendo una probable motivación de origen mágico. De igual forma que pintar al mamut en las paredes de la caverna significaba apropiarse de su esencia, vestir sus pieles podrían haber tenido un efecto de intercambio anímico. En todo caso, le debemos la consecución de grandes logros de la humanidad a la conjunción de estas dos necesidades, de índole material y espiritual. Además, si vestido es cualquier cosa que un humano se pone para cubrirse, las pinturas rituales de los grupos enraizados en ambientes más favorecedores, como el África o Australia, entran en la clasificación. Estas decoraciones corporales, junto con el uso de plumas, amuletos y rudimentarias joyas, tenían evidentemente un origen religioso, tendiente a atraer las energías positivas y alejar las negativas. El obligado uso del amuleto, bien pudo sofisticase y perfilarse como una forma de dar muestras de armonía interior que se traduce en una armonía visual exterior. Lucir bien significaba mantener a las influencias malignas lejos del entorno. Lucir mal, es decir, no llevar encima la parafernalia mágica de protección, mostraba que el individuo era vulnerable a la influencia de los espíritus negativos. En el siglo XXI, ambos conceptos todavía se mantienen en la falta de seguridad del hombre y la mujer modernos al momento de interactuar socialmente si no considera que luce de manera apropiada.
En rigor, el origen de la indumentaria empieza cuando el vestido se convierte en una necesidad social. Esto sucede cuando los primeros grupos humanos que se volvieron sedentarios dan al vestido un espacio en el universo de la comunicación. Bien es verdad que durante su período nómada, el homo sapiens pudo dotar de significados a las ropas que llevaba, la decodificación todavía se realizaba a un nivel instintivo. El asentamiento hace que el vestido cumpla con una de sus funciones más relevantes en su historia: la de explicar quién es el individuo que lo lleva y a qué grupo humano pertenece . Entonces el vestido empieza a convertirse en un lenguaje y en vehículo de identidad. Conforme hacen su aparición las civilizaciones fluviales, como Mesopotamia, Egipto, India y la China, el vestido, además de los estilos en el peinado y el maquillaje, se convierte en el icono inmediato de cualquier sociedad. En estas estructuras sociales tan estratificadas, el vestido clasifica y etiqueta, y, con una movilidad social inexistente, no tiene la necesidad de variar. Los cambios en la indumentaria de estas civilizaciones fueron imperceptibles a lo largo de los miles de años que duraron sus esplendores. Si la moda tiene por esencia un carácter transitorio, no va a aparecer sino largo tiempo después. Ni siquiera las culturas griega y romana, tan apegadas a los sibaritismos de la vida, consideraban a la vestimenta como un hecho que debía diversificarse. Las diferencias sociales estaban bien marcadas, por el uso de telas costosas y las prohibiciones sociales de llevar ciertos colores, de modo que el vestido constituía un uniforme casi eterno. El aporte de la cultura griega a la consecución de lo que en un futuro marcará las preferencias estéticas, está dado por los ideales apolíneos que se vigorizarán durante el siglo de Pericles. El axioma latino de mens sana in corpori sano da cuenta de cómo el ideal occidental legitima a la belleza como el principal vehículo de la felicidad y la paz, en contraste con las dualidades de oriente, el mazdeísmo iraniano entre otras, que consideran al contraste como motor vital del espíritu humano .
6. La arremetida de la moda
La primera vez que el término moda es usado con frecuencia y en una acepción más cercana a la que tenemos ahora, se da durante el siglo XVII en Francia. En este período, la corte española, rival de la francesa, gustaba de vestir sin demasiadas extravagancias, de manera que la corte francesa decidió tomar el camino contrario. Vestir a la mode significaba vestir a la francesa, es decir, elegir la forma correcta de ornamentarse a uno mismo. De no ser así, el individuo corría el riesgo de ser marginado. Ya años antes, la florentina Catalina de Medicis, casi al final del siglo XVI, a quien se le atribuye la invención del corset, había dictado algunas necesidades estéticas a las que debían ser fieles las damas de la corte. Si el corset gobernó durante 350 años, los edictos de Catalina no sufrieron tampoco mayores alteraciones. A saber, llevar la piel tan blanca, casi transparente, que mostrase las venas de los brazos y la sangre azulada que corría por ellas, los cabellos empolvados y exagerados, crinolinas complicadas y olones en todas las formas. Estas exigencias indumentarias, hablan de un sector social que quiere dar muestras de ostentación, estatus y seguridad. Las telas rígidas e incómodas, demuestran la poca necesidad de actividad física de quien las lleva. El aristocrático ocio es evidenciado en el atuendo que inmoviliza. Además para vestir esas ropas se requería la inversión de mucho tiempo y el auxilio de varias doncellas, lo que implica poder y propiedad. Tan solo durante el período romántico estas exageraciones se atenúan. El ideal romántico se aproxima a una sencillez natural y las revoluciones sociales hacen que la nobleza deba dejar sus muestras de ostentación en el pasado. La mujer con apariencia inocente, ingenua e infantil se vuelve protagonista y sólo la llegada del período victoriano retoma de nuevo las ornamentaciones exigidas como las gorgueras y los lazos ensanchados.
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