viernes, 31 de julio de 2009

FOTOGRAFÍA Y MODA: LAS IMÁGENES DE LA HISTORIA. (I)



1. Prefacio

La afinidad que existe entre la fotografía y la moda es innegable. La fotografía testifica los cambios que se producen en el mundo de la moda y con esto la legitima, pues el espíritu de la moda está constituido por sustancia transitoria y su cuerpo por su total permeabilidad a la mutación y la transformación. El instante que capta la fotografía es también la petrificación en el tiempo de aquello que pasará y nunca volverá, y la moda no puede tener un mejor aliado para documentar su efímera existencia. Estos dos fenómenos culturales nos hablan del devenir humano, de su diacronía infinita, matizada con variables muy complejas, como la religión, la política, el arte, la economía, el deporte, las relaciones de género o las intra familiares; ambas expresiones culturales elaboran imágenes que pasarán a formar parte del universo de los signos de cada cultural, y mediante estos signos podemos seguirle la pista a la historia y las múltiples lecturas que nos propone el tiempo.

2. ¿Para qué sirven las imágenes?
Los orígenes de la cultura, el arte y la religión de los seres humanos tienen una diversa complejidad. Cuando las exigencias de la supervivencia elemental fueron momentáneamente sanjadas, los breves espacios de distensión fueron invertidos en la búsqueda de innumerables explicaciones sobre la realidad inmediata. De entre todas las incertidumbres que aquejaban al hombre primitivo, la muerte ocupaba un muy justificado primer lugar. Los primeros grupos humanos recurrieron a todo tipo de prácticas tendientes a conjurar la inexorabilidad con la que transcurre el tiempo, y, de entre todas, las prácticas que ponían atención a la fertilidad, tanto humana como posteriormente de la tierra, fueron las que tuvieron mayor proyección, dada su efectividad inmediata. El alcance de la perpetuidad, a través de la descendencia, bien podría haber resultado incompleto, de acuerdo a cómo las primeras civilizaciones establecía canales mágicos y divinos más sólidos. Los egipcios, con unos estamentos religiosos severamente exigentes, concebían como fundamental a la adquisición de la inmortalidad. El embalsamamiento de los faraones, que perseguía la perennidad material del cuerpo, cubría el anhelo egipcio de seguir intacto conforme se sucedían las nuevas vidas. Es en el “complejo de la momia” en donde André Bazin sitúa la ontología de la imagen fotográfica . La eterna juventud, no ya la proyección en el tiempo a través de los hijos, empieza a estar en la línea de prioridades. La imagen que deja el faraón egipcio momificado, usando su propio cuerpo, hace que este dure miles de años; que alcance la apetecida inmortalidad. Siglos después, la momia será sustituida por el retrato pictórico como vehículo de perpetuidad. Hacerse retratar significará petrificar el tiempo. Oscar Wilde invierte el conjuro de la imagen-representación- vehículo del tiempo, cuando en su novela El retrato de Dorian Grey, hace que sea el retrato quien envejece, en tanto que el retratado permanece incorruptible e intacto, siempre joven y vital mientras se suceden las décadas.
Ya en los períodos líticos, la pintura rupestre daba cuenta del carácter mágico que la producción de imágenes tenía para el habitante de las cavernas. Dibujar un bisonte significaba una apropiación, un valioso primer paso hacia la tan dificultosa caza de mastodontes. Atrapar, aprehender -al animal y luego a la realidad- recurriendo a la imaginación, es, hasta el momento, la teoría con más sustancia que se tiene para explicar el origen del arte. Ha sido la consecución de la ilusión, la que ha motivado los cambios más fundamentales en lo que se refiere a las representaciones que la especie humana se hace del universo.
Como tal, la historia de la imagen y su relación con la cultura humana, ha vivido a la par de los cambios sociales, políticos y religiosos que han sufrido las civilizaciones. Las imágenes se vuelven los signos de los tiempos que resumen la complejidad de los acontecimientos y los hacen decodificables. Desde los catecúmenos y su clandestina iconografía en el primer siglo de la era cristiana, pasando por la revolución iconoclasta y su desdén por la forma plástica, hasta llegar a los momentos de exaltación gótica, el hombre occidental cuenta con una imaginería que le provee de una piadosa y elemental justificación de su existencia, sin detenerse en melindres existencialistas. Con la llegada del Renacimiento y su más valioso aporte, la perspectiva, la realidad se vuelve mucho más aprensible y cognoscible. Un universo ideal es posible, cuando menos a través de los lienzos y la valiosa plasticidad del recién descubierto óleo. La ilusión es casi total gracias al realismo renacentista. El ser humano se vuelve creador y la imagen, que empieza a ganarle terreno a la palabra, es su bastión. Bien podríamos decir que fue el buen cristiano Miguel Angel Buonarroti quien creó a Dios, y lo hizo, irónicamente, al representar a la máxima divinidad en el momento mismo que daba el primer halo de vida al primer ser humano, en los fastuosos frescos de la Capilla Sixtina. La imagen de la creación retrata a Dios y, por tanto, lo crea.
A su vez, la duplicación del universo a través de la cámara obscura, prefigura
aun más lo que la producción de ilusiones llegará a ser gracias a los avances técnicos y la apertura de la mentalidad occidental, conforme se aleja del oscurantismo religioso. La búsqueda de movimiento que tuvieron las escuelas barrocas y el dominio de la luz en el período neoclásico, avivaron el anhelo humano por llegar a una más fiel representación de la realidad, un hecho que tendrá un categórico final con la invención de la fotografía.

2 comentarios:

  1. Es muy importante el aporte que nos haces, en realidad me gustaria colocar este blog entre los de nuestro curso de video para aclarar y justificar muchos de los artes que estamos realizando.

    ResponderEliminar
  2. puedes colocarlo. ahora estoy publicando el resto del ensayo. saludos

    ResponderEliminar