miércoles, 6 de febrero de 2013

El miedo es el Mensaje

(Artículo aparecido en BG Magazine, noviembre 2012).
Nada existe, y aunque existiera, es inaprensible para el hombre, y aunque fuera cognoscible, no es posible comunicarlo o explicarlo a otro. Georgias. Una tarde hace 20 años, dos semanas después de que muriera mi madre, sonó el teléfono en el departamento donde vivíamos. Levanté el auricular ubicado en la sala principal y escuché una voz que se adelantó a mi saludo y dijo: “Cuelga Fabián, ya contesté”. Yo estaba solo en casa así que me quedé perplejo. Al instante constaté que la voz era la de mi madre y venía de la extensión telefónica colocada en la habitación donde ella pasó sus últimos días. Salí a caminar por horas por los senderos que tiene el parque vecino de La Carolina encajando lo ocurrido en mi mente púber que ya para entonces era anormalmente racional. Pero lo que le pasaba a mi plexo solar es algo que luego de tantos años todavía no puedo definir. Empiezo este artículo con una historia –personal y verídica además- porque el relato ha sido la mejor –y de momento la única- forma de abordar un tema a todas luces inabordable. Y es mi forma de plantear las aristas que entran en juego cuando hablamos de un fenómeno carente de forma y fondo. Desde la primera narración escrita de la historia, La Epopeya de Gilgamesh, pasando por Plinio el Viejo, Dante, Shakespeare, Poe, Guy de Maupassant hasta Quiroga, Joyce y Murakami en la actualidad, todas las taxonomías de fantasmas, seres incorpóreos, aparecidos, eidolones, revenants, entidades, espantos, cucos, horlás y espectros han estado presentes en las formas expresivas que el ser humano usa para entender su entorno inmediato y, sobre todo, lo que hay más allá. De igual manera, abordar un tema que carece de sustantivo delimitado, no ha sido posible hacerlo de forma mas aprehensible que a través del relato. La pintura y las artes visuales y escénicas se han aproximado al tema pero solo en la medida en que funcionan como tributarias de la narración. Porque la imagen define la forma y la palabra solo la evoca. Incluso ahora la fotografía y el cine, tan positivistas y explícitas, no logran esquivar la jerarquía que el relato hablado se ha granjeado al rato de fisgonear en los surcos de las dimensiones reales. Tú puedes mostrar una foto actual en donde se aprecia una figura extraña, algo extra-dimensional, pero solo el relato de la experiencia y lo que sentiste al capturar la imagen se podrá equipararse, en efecto, a la experiencia. Recurrir a un sentido que no es uno de los sentidos.
¿Por qué el ser humano necesita de los fantasmas? Una de las tradiciones hasídicas en sus mitos creacionales afirma que Dios creó al hombre para que le contara una historia. Yo a su vez considero que los fantasmas se aparecen para que uno tenga, en efecto, una historia que contar. Y es porque los seres humanos no soportamos la realidad y necesitamos hacerle fisuras para ver al otro lado. Esto no significa en modo alguno una justificación del fenómeno ni siquiera una forma de entenderlo ni mucho menos. Pero es una forma de aproximarse en la medida en que al darle calidad de crónica lo vuelve objetivable. Y si algo no permite perpetrar los linderos de lo espectral es su vacío objetual. El fantasma siempre ha escapado a los sistemas científicos de dominación de la materia. Desde que el movimiento espiritista a mediados del siglo XIX cobró vigor, las fronteras de las posturas enfrentadas de los que creen y trabajan con fantasmas y de los que afirman que todo es un fraude siempre fueron ciegamente infranqueables sin darse jamás cuenta que el fantasma es el estabón perdido perfecto entre materia e inmateria. El fantasma es la llave entre la necesidad del ser, el ananké, y la no existencia, la nada. Los defensores tradicionales de la existencia de entidades provenientes de otras dimensiones intentan sustentar sus tesis en la calidad material de los fantasmas, sea como flujos electromagnéticos, ectoplasmas, gramos de partículas en disgregación o fotones suspendidos en caldos gaseosos y una larga lista de posibilidades físicas, sin tal vez tomar en cuenta que el fantasma se explica justamente porque existe sin existir. Ser Y no ser es la cuestión del fantasma, siguiendo la tesis de Ruiz de Bustamante. Y existe en la medida en que insiste (volviendo a Lacán), en que vuelve una y otra vez, sea a través de la atmósfera, de un vórtex ultradimensional, de un médium entrenado, aparatos electrónicos comunes y silvestres, los agudos sentidos de un animal o un relato que se mantiene vivo en tanto sea repetido. Los defensores de la parasicología entrando en el terreno de la ciencia empírica y racional jamás lograrán ni siquiera aproximarse a sustentar sus evidencias y argumentos. El día que lo logren, el fantasma dejará de existir. O de insistir. Y yo insistiré en mi tesis de que el fantasma existirá en tanto podamos contar su historia.
Miedo de existir. ¿Será el miedo el mayor combustible de la evolución de una especie que casi ha logrado adaptarse a todos los obstáculos físicos que la naturaleza le ha planteado pero no conoce nada de su alma? La fascinación e interés por hechos ajenos al entendimiento inmediato, generalmente vinculados al alma, ha sido parte prioritaria y constituyente de la cultura humana. No es antojadizo que la ciencia antropológica haya empezado su periplo estudiando a las culturas animistas. La forma en cómo se estructuran las dinámicas sociales de los pueblos se ha visto atravesada siempre por ese desconocido o, cuando menos, por ese aquello que le oprime y escapa a la lógica de lo cotidiano y lo aprehensible. A lo largo de la historia y en cada rincón ocupado por las culturas más diversas, el alma constituye el telón de fondo en donde el ser humano organiza buena parte de su universo simbólico, que, a su vez, determinará su comportamiento, desde lo más simple hasta lo más complejo. A través del imaginario popular, el mundo de lo no visible, y lo no palpable por los sentidos tradicionales, seguirá jugando un rol sustancial a la hora de definir la existencia, una vez más, del alma. En la cultura popular, el alma se explica en la omnipresencia de la muerte y por siglos ha proveído de una amplia gama de significados a las expresiones de la extinción física. La otra vida, el más allá, y otras maneras de definir la consecución del final de la existencia material, están dispersas por la vida cotidiana en cientos de figuras culturales, y las formas “humanizadas” tienen un capítulo muy importante. Esas formas son metonimias del alma. Por otra parte, la idea del fantasma está vinculada al pasado y a la historia, en la medida en que es vehículo visualizador de lo que ya sucedió y se extinguió. Es decir que actúa a su manera como un agente de la memoria individual y colectiva, y, en la medida en que puede desarrollarse en los linderos de lo inconsciente, puede ser un buen exponente de los síntomas de las patologías sociales de la cultura. El fantasma es pues, de algún modo, un mensajero portador de significados que en el pasado escaparon a nuestra atención, pero que son evidencias de una identidad en constante construcción. El fantasma se vuelve entonces el mensajero del miedo primario del ser humano. Y tal vez, el mensaje que recibí hace 20 años y que escapó a mi ordenamiento lógico me llegó y sin que yo ni siquiera me de cuenta.